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Liberales, Estado y corrupción

¿Hasta dónde podemos seguir desconfiando en invertir en la construcción del Estado por las experiencias pasadas de crisis y corrupción? ¿Qué estamos sacrificando en el mediano y largo plazo? 

Imaginemos un mapa de cada país donde las zonas color azul señalan un alto grado de presencia del Estado, tanto en el aspecto funcional como territorial (es decir, un conjunto de burocracias razonablemente eficaces y la existencia de una legalidad efectiva), las verdes indican un alto grado de penetración territorial y una presencia mucho menor en términos funcionales y las marrones significan un nivel muy bajo o nulo de ambas dimensiones. De esta manera, en el mapa de Noruega, por ejemplo, prevalecería el azul; en el de Estados Unidos se vería una combinación de azul y verde, con importantes manchas marrones en el sur y en las grandes ciudades; en Brasil y Perú el color predominante seria el marrón y en la Argentina la extensión de este color sería menor pero, si contáramos con una serie temporal de mapas, podríamos ver que esas zonas marrones se han extendido últimamente.

Guillermo O'Donnell, 1993

Publicado: 2013-09-02

He seguido con mucha atención los intercambios entre distintos columnistas sobre el liberalismo y su relación con el Estado. Creo que entre las interesantes intervenciones, Eduardo Dargent (Velaverde, 07/08) y Jorge Lossio (Altavoz, 28/08) han hecho evidente una de las tensiones más importantes. 

La crítica más importante de Dargent, me parece, tiene que ver con la distancia entre el debate sobre las ideas filosóficas liberales y lo que la realidad local y comparada nos enseña. No hay ni cuestionamiento sobre los problemas que aún afectan el desarrollo del país, mientras que en el radar no se ubican casos en los que el libre mercado no es suficiente para explicar el desarrollo, donde el Estado es débil pero la gente sigue siendo pobre. El Estado no es el único problema.

Lossio, por su lado, ha señalado que el principal responsable de la desconfianza de los liberales con el Estado no tiene que ver para nada con una falta de empatía con los sectores más pobres. Para ello resalta que las políticas inclusivas no siempre van a beneficiar a aquellos que más lo necesiten, sino a aquellos que tienen mayor capacidad de presión. La corrupción histórica los ha convencido de que la solución no va por ese lado. El Estado no es la única solución.

El debate nos centra en la necesidad de ir más allá de la dicotomía entre más o menos Estado, más o menos libre mercado. Creo que una de las lecturas del reciente libro de Alberto Vergara, “Ciudadanos sin República”, nos anima a pensar por ese lado. Citando a Octavio Paz, Vergara nos dice que entre la libertad y la igualdad no hay una contradicción, sino una distancia. Hubo momentos en los que tuvimos un poco más de rol activo en el Estado y hoy vivimos uno en el que el libre mercado está marcando la pauta. Un momento nos dejó corrupción y crisis, otro insatisfacción alta y mayor desigualdad. El ‘crecimiento infeliz’. No es un mantra, es, creo, un resumen de lo que nos toca vivir hoy.

Según la Comisión de Alto Nivel Anticorrupción, los lugares que concentran más denuncias por corrupción son los gobiernos regionales con mayor presupuesto. Más plata, más corrupción. Pero, ¿ese es un problema del Estado o de las instituciones legales? ¿O de las Instituciones históricas? ¿Debemos sacrificar la construcción de un Estado que cumpla con asegurar las necesidades básicas de todo el país por la amenaza de la corrupción? ¿O la construcción de un Estado podría, quizás, ayudarnos a campear este problema?

Hace unos días observaba un reportaje sobre el asalto en San Lorenzo (Loreto) a la delegación que llevaba el dinero al Banco de la Nación de esa capital de provincia, dinero que serviría para pagar a los trabajadores públicos y los beneficiarios del programa Juntos. En cuanto se corrió la noticia, los ciudadanos llegaron de todos los puntos de la provincia por la amenaza de no poder cobrar el dinero que se les ha asignado. En tiempo récord se descubrió a los culpables, quienes habrían actuado con la colaboración de un policía. Sin embargo, lo que más llama la atención es la condición miserable en la que dos instituciones se encontraban: la escuela y el hospital. Y miserables es una palabra bonita para describir la deprimente situación de abandono.

Hace unos meses, unos compañeros míos, funcionarios del Estado, viajaron a un caserío en la Amazonía para realizar unas capacitaciones. Durante su estadía, un niño se accidentó cayendo de una altura considerable. La atención en el lugar era evidentemente imposible y en un deslizador se habría demorado el tiempo que no tenía para sobrevivir. Los funcionarios accedieron rápidamente a poner a disposición la única avioneta, la que los había llevado a la zona. Al día siguiente, regresaban en esa misma avioneta que más temprano en la mañana había traído de regreso un pequeño ataúd. Para esa familia y los demás ciudadanos de ese caserío, me imagino que el Progreso para Todos, el Perú Avanza y el Perú País con Futuro son pésimos chistes.

Lima no es el Perú, reza uno de los misterios dolorosos del rosario que repetimos durante toda la vida. Tenemos un Estado eficiente en muchos sentidos, pero concentrados en los sectores que ‘le importan’ a la capital y los centros urbanos, a la ‘clase media’. La salud y la educación pública, nos recuerda Vergara, son nuestros más graves pendientes. Y eso va más allá de mover el mercado un poquito más a la derecha o a la izquierda, de que el Estado invierta un poco más o un poco menos. Son temas importantes, pero me atrevería a decir que el debate para los liberales peruanos de hoy, y la izquierda también, debería tomar en cuenta estas consideraciones. Tenemos una buena experiencia económica, pero las decisiones políticas han jugado su rol importante en ella y deberían seguir haciéndolo para bien.

Publicado originalmente en NoticiasSER.


Escrito por

Paolo Sosa Villagarcia

"Nosotros somos como la higuerilla"


Publicado en

Doblaje

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